¿Nadie vio Motorama?
Por Martín Calvo
No es una rareza, ni una de esas de culto. Siento que en la adolescencia la vi mil veces. Y la detestaba. Pero algo hacía que la siguiera mirando en el Toshiba 14 pulgadas. Supongo eran mediados de los noventa en Cinecanal u otra de esas señales que poblaban la grilla del cable. En las siestas. Siestas de verano con el turbo.
Una road movie yanqui. Con rutas eternas, mojadas de sol y despobladas. Un protagonista y un montón de frikis secundarios. Aparecían en breves papeles dos estrellas de esa época. Flea, el bajista de los Red Hot Chilli Peppers, como un lavaplatos de pocas luces, y Drew Barrymore como una especie de sirena en una escena onírica.
La peli va sobre un pibe de 10 años que huye de su casa, roba un Mustang rojo y, ayudado por unos dispositivos por él fabricados para prolongar sus piernas, sale a la ruta sin destino aparente. Solo escapar de un hogar cargado de violencia que se manifiesta al momento de los títulos inciales del filme que dirige un tal Barry Shils y cuyo guión es de Joseph Minion, que unos años antes había escrito “El beso del vampiro”.
Recordaba, antes de volver a verla casi treinta años después, que en el transcurrir de la historia no resultara nada extraño que un chico de 10 años manejara un auto. Y un poco es así en buena parte de la película. Gus, así el nombre del protagonista, arriba a comedores, moteles y, sobre todo, estaciones de servicio y nadie lo consulta demasiado al respecto.
En un momento de la ruta encuentra su propósito y el que sostiene la película. Juntar unas cartas que otorgan en las gasolinerías al cargar más de 5 dólares y formar con ellas la palabra “Motorama”. Quien lo consiga se hará acreedor de un premio de 500 millones verdes. Es un concurso que nunca prescribe y que parece existir desde siempre.
De manera un tanto zonza, el niño va haciéndose de dinero mediante engaños a diversos adultos, lo que hace que el filme se coquetee con lo bizarro.
Los noventa y pico de minutos de la película transcurren en esa búsqueda. Con situaciones que habían desaparecido de la memoria pero que elevan la estima que le tenía a la película. No hay personajes demasiado agradables, es más, la mayoría son bastante soretes, también el pequeño Gus. Incluso en varios momentos rompe lo moralmente correcto, con traiciones, golpes con lesiones graves al menor y hasta una pareja que abandona a sus hijos en una especie de camping luego que el padre perdiera el dinero que llevaba encima en apuestas con el protagonista.
Hijo adolescente vino con la novedad de una aplicación un tanto pirata en la que se podían ver “todas” las películas y series que existen. Desafié a buscar “Motorama”, y allí estaba. Sin cortes, en idioma original, subtitulada y excelente sonido. Cambiamos el Toshiba 14 pulgadas por una pequeña netbook del gobierno. Cinecanal por Stremio. El turbo por un Liliana colgado del techo. La siesta de verano por un anochecer de febrero. La visualización solitaria, por una experiencia compartida.