País, de Cortázar al Nobel
Escribe Ester Brafa
No es la primera vez que uno mira la confusión sentada en el trono ni tampoco la primera vez que aparecen los personajes de todos los reinos declarando sus verdades y condenando las calamidades que siempre, sin excepción, se deben a los principados de enfrente. Ni es la primera vez que uno no sabe si está confundido o en realidad ve con lucidez y por momentos ve tan claro que prefiere estar confundido. Cuando se llega a ese estado donde las palabras se enredan y es difícil definir eso que llamamos país, patria, el lugar de uno, en ese momento vienen ellos, los poetas, los que cuentan mejor que nosotros.
De Cortázar, hace mucho:
Te quiero, país tirado más abajo del mar,
pez panza arriba,
lleno de vientos,
monumentos y espamentos.
Te quiero, país tirado a la vereda,
caja de fósforos vacía,
te quiero, tacho de basura que se llevan envuelto en la bandera que nos legó Belgrano.
Tan triste en lo más hondo del grito,
tan golpeado en lo mejor de la garufa,
tan garifo a la hora de la autopsia.
Pero te quiero, país de barro
y otros te quieren
y algo saldrá de este sentir.
(La Patria, fragmento)
Y de Krasznahorkai, Premio Nobel este año:
Relata que un grupo de hombres sube a un barco viejo y abandonado huyendo de algo.
Nuestra atención se fue fijando en los objetos que veíamos pasar: lavabos baratos y oxidados encallados en las orillas, neveras y estufas de gasoil destripadas retenidas por las piedras, restos de árboles, neumáticos y sillas que discurrían flotando, barriles de hojalata y juguetes de plástico, cadáveres de ciervos, perros y caballos... A la caída de una nueva noche uno de nosotros alzó la cabeza y señalando el paisaje que desaparecía, exclamó con un alivio teñido de amargura:
-Mirad, aquello era Hungría.
(El último barco, fragmento)
No conozco Hungría, o sí.